Como concejal de Bogotá y en calidad de citante del debate de control político sobre el preocupante aumento de la obesidad infantil en nuestra ciudad, me permito hacer un llamado urgente a todas las autoridades y actores sociales a tomar medidas contundentes y coordinadas frente a esta crisis de salud pública.
La obesidad no es un problema exclusivo de quienes la padecen, sino una epidemia global que refleja desigualdades sociales, errores sistémicos y la inacción de muchos.
En Bogotá, esta problemática impacta especialmente a nuestras niñas, niños y adolescentes, quienes enfrentan no solo barreras para acceder a alimentos saludables, sino también entornos que fomentan el sedentarismo y el consumo de productos ultraprocesados.
Según el DANE, más de 375.000 personas en la ciudad viven en inseguridad alimentaria grave, lo que agrava aún más esta situación.
Durante la pandemia, vimos cómo los avances logrados en la reducción del exceso de peso en menores retrocedieron una década.
La falta de ingresos, el cambio hacia dietas de bajo costo y alto contenido calórico, así como las restricciones a la actividad física, han generado un impacto profundo en la salud de nuestros menores.
Estos hechos no pueden quedar en el olvido ni en el silencio.Hoy, hacemos un llamado a todas las entidades citadas —la Secretaría Distrital de Salud, la Secretaría Distrital de Educación, las subredes de salud y el IDRD— a trabajar de manera articulada y a redoblar los esfuerzos para transformar los entornos obesogénicos que están robándole el futuro a nuestras niñas y niños.
Proponemos las siguientes medidas inmediatas:Actualizar la Encuesta Nacional de Situación Nutricional de Colombia, que lleva una década sin renovarse, para contar con diagnósticos actualizados y precisos.
Implementar estrategias más robustas en el Programa de Alimentación Escolar (PAE), asegurando que cada comida ofrecida sea balanceada y saludable.
Regular estrictamente la publicidad de productos ultraprocesados dirigida a menores de edad, protegiéndolos de mensajes engañosos y nocivos.
Ampliar los programas de actividad física en las instituciones educativas, garantizando espacios seguros y adecuados para la recreación activa.
Fortalecer la educación en nutrición y salud, incluyendo a las familias en procesos pedagógicos que promuevan hábitos saludables desde el hogar.
La obesidad no es una cuestión de voluntad individual, sino el resultado de entornos adversos y políticas insuficientes.
No podemos seguir permitiendo que esta situación crezca al amparo de la inacción. Por ello, convoco a la academia, a la sociedad civil, a las empresas y, sobre todo, a las instituciones del Estado a unir fuerzas en un esfuerzo conjunto y decidido.
Nuestras niñas y niños merecen crecer en un entorno que les permita desarrollar su máximo potencial, libres de las cadenas de una mala alimentación y el sedentarismo.
Hagámoslo por ellos, por su futuro y por el bienestar de nuestra sociedad.