Caterine Ibargüen, la sonrisa del deber cumplido

Sus saltos de gacela hipnotizaron a toda Colombia; su sonrisa la sedujo y su mentalidad la acostumbró a celebrar. Caterine Ibargüen, esa mujer esculpida por los dioses del atletismo, se convirtió con el paso de los años en la representante más icónica de todo el país: esa curva que dibuja su boca fue el pasaporte para la alegría, el orgullo. Sus zancadas detuvieron corazones y sus saltos hicieron estallar emociones.

La estatura siempre la acompañó: en sus primeros años era un complejo, después fue su fortaleza. Wílder Zapata fue su primer entrenador en Apartadó, municipio de gente amable, humilde y trabajadora. Allá tuvo sus primeras carreras, dio sus primeros saltos, porque Caterine Ibargüen siempre lució esa sonrisa, porque era una niña inquieta, alegre, que disfrutó cada minuto de su niñez, que gozó cada instante y que hacía que su figura fuera recordada antes de convertirse en quien ahora es.

Esas piernas que parecían crecer sin control se convirtieron en su baluarte para convertirse en una de las deportistas más emblemáticas del deporte colombiano. Al primero que abrió los ojos con su capacidad fue a Zapata, quien aconsejó a la familia que la dejara potenciar, toda esa energía que tenía concentrada a los 14 años, en la villa deportiva de Medellín. Cuando llegó muchos apuntaron que el fuerte de ella, iban a ser los saltos. No defraudó.

Desde que comenzó su camino por el atletismo empezó a demostrar su potencia con las piernas, su capacidad de aprender. Así empezó a cosechar triunfos en salto alto, modalidad que la llevó a ganar una medalla de oro en los Juegos Bolivarianos de Ambato, Ecuador, y con la que clasificó a los Juegos Olímpicos de Atenas, en 2004. Pero la mentalidad, en el deporte juega un porcentaje tan importante como el de la destreza física y, lamentablemente, Ibargüen no estaba preparada psicológicamente para afrontar esas justas. Hubo críticas que nunca superó y que terminaron por afectarla más de lo pensado.

Fue algo que se vio reflejado para el ciclo olímpico de Beijing 2008, en el que no logró clasificar a ninguna de las tres competencias en las que compitió: salto alto, largo y triple. Sin embargo, dicen que, a veces, solo hace falta un leve ajuste para seguir subiendo escalones. Eso fue lo que sucedió. Una vez no logró su clasificación a Beijing se fue a estudiar en el exterior, donde conoció al cubano Ubaldo Duany, quien le ayudó a abrir su mente y sus ojos, fue quien le mostró que con el potencial que tenía podía convertirse en las mejores del mundo, algo que ella no creyó al principio.

Pero los resultados se fueron dando. Cuando se coronó subcampeona iberoamericana, con 26 años, se convenció de que su camino había tomado el rumbo que siempre había deseado. Desde entonces todo empezó a ser planificado: Londres 2012 fue su primer gran objetivo. Lo lograron, pero una lesión le impidió ganar algo más que la medalla de plata. Después comenzó el idilio con el salto triple: fueron 33 victorias consecutivas, que la llevaron a coronarse campeona mundial en dos ocasiones y en tres de Liga Diamante.

Para Caterine Ibargüen, quien es atleta apoyada por el Ministerio del Deporte con el programa atleta excelencia (Altius), su gran objetivo eran los Juegos Olímpicos y Rio de Janeiro, la denominada “Cidade Maravilhosa”, hizo que su figura maravillara al mundo: logró la anhelada presea dorada. Después, altas y bajas, como en cualquier carrera de una deportista de alto rendimiento. A pesar de algunas lesiones que sufrió, en 2018 volvió a tocar el cielo con las manos. Dominó competencias de salto triple y salto largo, fue campeona de la Liga Diamante, de Juegos Centroamericanos y del Caribe, lo que la llevó a ser catalogada como la mejor atleta del año de la IAAF.

Nuevamente, volvieron las lesiones, pero también estuvo en competencias importantes en las que demostró que la sonrisa se mantiene intacta: clasificó a los Juegos Olímpicos de Tokio 2020, los cuáles serán sus últimos. Es el ocaso de una estrella, de una atleta que hizo que el nombre de Colombia se repitiera en boca de extranjeros, que su bandera hondeara en lo más alto. En la capital japonesa busca poner un punto final bien remarcado, con una actuación de esas que solo esos atletas extraordinarios, que parecen esculpidos por los mismos dioses, pueden hacer y así, con la sonrisa del deber cumplido, repetirle al mundo que Colombia es tierra de atletas.   

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